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Fabricantes de Auroras Artificiales



Durante el anochecer del 5 de marzo de 1969 un anillo de luz verdosa se expandió sobre el cielo de Alaska y cambió de color varias veces antes de desaparecer en la oscuridad. Una anciana de una tribu atabascana que miraba el cielo aquella noche aseguró que Dios había abierto un agujero para mirar lo que hacían los hombres y, como no le gustaba lo que veía, lo había vuelto a cerrar.  

Lo que estaban viendo los habitantes de Alaska aquella noche era una aurora boreal creada de forma artificial por los investigadores del Poker Flat Research Range, una instalación asociada a la NASA que lleva más de cuarenta años lanzando cohetes para estudiar la atmósfera. En su labor cotidiana, los científicos de este complejo envían cohetes al interior de las auroras o provocan otras artificialmente mediante compuestos químicos. Lo que vio la anciana indígena fue una nube de bario desplegada a más de 100 kilómetros de altura por un cohete del tipo Nike-Hydac y la reacción de los elementos químicos al abandonar el proyectil.

La primera aurora artificial

El profesor de Geofísica de la Universidad de Alaska Fairbanks, Neil Davis, fue el responsable del programa de investigación de Poker Flat durante varios años y uno de los pioneros en la investigación de las auroras boreales. “Cada lanzamiento”, asegura Davis alainformacion.com, "era una experiencia excitante. Se te ponían los pelos de punta”. 

Unos meses antes, la mañana del 16 de enero de 1969, el papel de Davis había sido fundamental en la creación de la primera aurora artificial de la historia. “Algunos teóricos dudaban que cuando el cohete empezara a lanzar un chorro de electrones tuviera algún efecto”, explica Davis en su libro Rockets over Alaska" (Cohetes sobre Alaska). “Nuestro líder, Bill Hess, estaba convencido de que debían estar equivocados, porque era cierto que las corrientes de electrones cayendo a la atmósfera provocaban las auroras naturales”.

Unos minutos después del lanzamiento, el cohete se movió peligrosamente hacia la localidad de Chincoteague, en Virginia, ascendió hasta unos 230 kilómetros de altitud y disparó un haz de electrones hacia la magnetosfera sin que los investigadores apreciaran nada a simple vista. Un poco deprimido, Davis se marchó a su habitación y se puso a revisar las cintas del sistema de televisión que él mismo había ideado. “Estaba mirando a la pantalla cuando, de repente, por la esquina del ojo, aprecié un fogonazo de luz. Sin lugar a dudas, ¡aquello era una aurora artificial! Fue el momento más emocionante de mi carrera científica”.

Durante los siguientes meses, la NASA reprodujo el experimento en otras latitudes, aplicando lo que sabían de las auroras. En 1972, lanzaron otro cohete sobre Hawai hacia el exterior de la atmósfera y el chorro de electrones regresó en el punto del hemisferio sur que los científicos habían previsto, con su correspondiente aurora.

Lanzamiento de cohetes químicos en Poker Flat (2007)
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Cómo funcionan los cohetes


El mecanismo era tan sencillo como imitar a la naturaleza. Las auroras naturales se producen cuando las partículas procedentes del Sol sortean el escudo electromagnético de la Tierra y penetran por los polos. Esos electrones chocan con los átomos de oxígeno y nitrógeno del aire y provocan la reacción lumínica que conocemos como auroras polares. Para provocarlo artificialmente, los científicos disparan el haz de electrones sobre el campo magnético de la Tierra y el choque de éstos en su reentrada provoca el fenómeno luminoso.


Los proyectiles que lanzan desde Poker Flat periódicamente, ya sea para penetrar en las auroras naturales o provocar auroras artificiales, recogen muestras de las partículas de la atmósfera que atraviesan y miden las distorsiones de los campos magnéticos y la luz emitida por las auroras, entre otras cuestiones.


De alguna manera, las auroras provocadas con electrones son más “auténticas” que las que se realizan con productos químicos, como el bario, que no son más que una simulación. “Los electrones sí crean verdaderas auroras”, matiza Davis, “pero los cohetes de bario sirven para simular parcialmente el fenómeno, porque las nubes tienen un aspecto parecido y se mueven de forma similar”.


La reacción exotérmica del bario forma una nube de unos 10 kilómetros de diámetro que perturba la ionosfera. La reacción es tan expansiva, recuerda Davis, que una noche recibieron una llamada del centro de mando militar porque los satélites soviéticos habían detectado una nube sospechosa avanzando hacia Moscú. Afortunadamente, la colaboración entre científicos evitó males mayores.
Un cohete lanzado en Poker Flat en 2009


Estrategia contra el enemigo


El interés del ejército de EEUU por las auroras se desató tras las pruebas nucleares sobre el Pacífico realizadas a finales de los años 50. La explosión de las bombas Teak y Orange en la alta atmósfera provocó un apagón electrónico que silenció todas las comunicaciones en un radio de cientos de kilómetros. Paralelamente, las bombas provocaron la aparición de auroras sobre las islas de Hawai, a más de 3.000 kilómetros de la zona de detonación. 


La principal preocupación del Pentágono era que los soviéticos pudieran cegar sus radares de alerta temprana con alguna estrategia similar en la magnetosfera y que un ataque con misiles nucleares resultara indetectable. “Los haces de electrones que penetran en la atmósfera y crean la aurora”, explica Davis, “reflejan las señales de radio y afectan también a la densidad de electrones en la ionosfera, que puede absorber las señales y afectar a su propagación”. “Éste era el principal interés militar”, reconoce, “y también una simulación de los efectos de una bomba nuclear”.


Tras algunas pruebas exitosas, los científicos del laboratorio de Los Álamos se interesaron por el asunto y colaboraron en el estudio otros aspectos de las auroras, como la conjunción del fenómeno en ambos polos del planeta. Para corroborarlo, enviaron un par de aviones a volar en ambos hemisferios – sobre Alaska y Nueva Zelanda – y comprobaron que los vientos solares llegaban casi simultáneamente a los dos extremos del planeta provocando una especie de auroras gemelas, con una variación de apenas 0,1 segundos.


Cuarenta años después, la parte militar ha quedado en segundo plano y las preocupaciones de los científicos se han centrado más en fenómenos como el plasma y las nubes noctilucentes. En este tiempo se han lanzado más de 326 cohetes a más de 100 kilómetros de altura y se han realizado más de 1.500 pruebas meteorológicas. De cuando en cuando, los habitantes de Alaska siguen viendo esas luces que ascienden hacia el cielo, estallan en un anillo de luz multicolor y dejan boquiabierta a alguna anciana despistada.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

no me enterao

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